Manolete y Linares, una herida que aún sangra

En Linares aún sangra la herida de Manolete. Las calumnias que durante décadas tuvo que sufrir este bello pueblo minero siguen en el subconsciente casi ochenta años después. Los bulos de quien quiso ocultar la verdad se escribieron con letras de oro en la Historia del toreo.

Hoy, sigue como versión oficial de una de las tragedias más importantes de la tauromaquia lo de las condiciones insalubres de la enfermería, las moscas revoloteando por la herida, los escasos medios con que contaba el hospital, el fino colchón por el que goteaba la sangre que caía en una palagana. El libro “Muerte de un torero”, escrito por el erudito linense Juan Pradas Ramírez, desmonta la versión que nos hicieron creer durante tantas décadas.

La tesis de este interesante libro, aunque de anárquica estructura, radica en que Manolete no murió por la cornada de Islero y que la práctica de los doctores Fernando Garrido y Julio Corzo fue perfecta. “Recibimos a un moribundo y ya empieza a ser un enfermo”, afirmaron los doctores a la llegada del doctor Jiménez Guinea que, junto al doctor Tamames, llegaron de Madrid en la madrugada del fatídico 29 de agosto.

El relato es sobrecogedor, pero ¿a quién interesó manipular la verdad? Juan Pradas habla con los protagonistas que vivieron la tragedia en primera persona: médicos, toreros, enfermeros, monjas, aficionados. Una de las claves que aporta el libro es una situación crítica que se vivió en la habitación del Hospital de los Marqueses de Linares y que desembocó en el fatal desenlace.

El doctor Jiménez Guinea ordenó que hicieran una transfusión con un plasma que traía él mismo. El doctor Corzo se opuso a ello después de cuatro transfusiones (una del cabo Juan Sánchez y tres más del torero Parrao). “Si le hacen la transfusión, se lo cargan”, afirmó Corzo. A lo que contestó Guinea: “Yo sé lo que hago. He venido a Linares a algo”.

Apenas habían entrado 30 centímetro cúbicos de plasma cuando Manolete dijo: “Don Luis, no veo”. El prestigioso doctor arrancó las gomas e hizo una incisión en el brazo para extraer el plasma que había entrado en su cuerpo, pero no llegó a tiempo. Manolete se agarró a la cama y expiró.

Pradas llega al detalle de dedicar un capítulo a ese plasma contaminado que llegó de Noruega, procedente de unas reservas que quedaron de la II Guerra Mundial, y que ya provocó decenas de muertes cuando se utilizó en la trágica explosión del polvorín de la Armada que arrasó con la ciudad de Cádiz ese mismo año.

También las anécdotas ilustran de forma profusa aquel momento. Luis Miguel Dominguín se alojaba en el Parador de Úbeda. Al entrar por la puerta estaba su padre, el viejo Domingo Dominguín que dijo en voz alta: “Ahí está el que ha matado a Manolete”.

Linares siempre estará ligado a la figura de Manolete, el torero más relevante de la Historia junto a Gallito. En una conversación con Camará, el monstruo le preguntó:

– ¿Sigue usted creyendo que Gallito era mejor que yo?

– Mira, Manolo, ninguno con los que has alternado te han incomodado, pero hasta a ti te hubiera dolido la cabeza con José.

Únete al canal de Whatsapp de Todos a los toros

Vuelve a leer todos los artículos de la sección Libros

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *