Encontré una foto olvidada en las paredes de un viejo bar de Mombeltrán (Ávila). En blanco y negro, casi velada, sin darse importancia, entre una máquina de tabaco, la tragaperras y el cacharrito de las bolas con las que los niños se vuelven locos. Un congelador de Frigo, el sonido de un cortado en la máquina de café, torreznos y cacahuetes. Y en un rincón, ahora sin humo, una partida de mus.
Aquel marco, raído por el tiempo y la soledad, estaba contando su propia historia: un paseíllo en una plaza de talanqueras. Cuatro torerillos anónimos de medias blancas y tres mulas vestidas con sus tres paisanos sujetándolas. De fondo, una portada de piedra majestuosa que hacía las funciones de patio de cuadrillas.
Su sencillez y autenticidad me cautivó, pero me faltaban datos. ¿Sería una foto de Mombeltrán? ¿Aquel lugar seguiría en pie? Terminé rápidamente la cocacola y salí a buscarlo.
Como un explorador que no ve el horizonte, caminé, no lo niego, con cierta ansiedad. Y, de repente, me topé con algo mágico. ¡Sí, estaba justo ahí! La portada renacentista del Hospital de San Andrés de la plaza de La Corredera de Mombeltrán. Este hospital, fundado en el siglo XVI, acogió a enfermos pobres y peregrinos a los que proporcionaba cama, comida y medicinas hasta mediados del siglo pasado. Y también fue el marco perfecto para los festejos taurinos durante años.
Vista con perspectiva, la plaza de la Corredera es un escenario perfecto para un festejo taurino. Su orientación, sus dimensiones. Solo con cerrar los ojos puedes imaginar los tendidos, la presidencia, ¿dónde estarían ubicados los corrales? Al fondo asoma Gredos con su imponente skyline.
Así, en estas plazas de talanqueras, el pueblo tomó al toreo como su cultura. La historia de nuestros pueblos, como en Mombeltrán, tiene un rincón guardado para la tauromaquia.
Un festival vibrante
Hoy, todo es muy distinto. El toreo creció, en la mayoría de casos por encima de sus posibilidades, y abandonó las plazas de los pueblos. Se alejó de él. Grandes cosos de hormigón, recintos a las afueras. El toreo pierde siempre cuando se aleja del pueblo. Mombeltrán apostó por comprar una portátil y hacerla fija.
El lugar donde está ubicada aporta el encanto. Un inmenso higueral protege un costado de la plaza. Da gusto ver las higueras bien pobladas de higos que aguarda su máximo apogeo. En el horizonte, como testigo, parte de las Cinco Villas abulenses: Santa Cruz del Valle y San Esteban del Valle se muestran imponentes. Y en lo más alto, la cima del Puerto del Pico. Gredos, pura naturaleza y vida.
Y en el festival no se aburrió nadie. Una novillada de José Escolar que puso los mimbres para que nadie comiera pipas en el tendido. Los dos primeros animales pidieron el carnet. Los dos últimos pidieron muletas templadas para torearlos bien. ¡Qué novillos!
Javier Herrero se reivindicó una vez más. Este era su primer paseíllo en España después de debutar esta temporada en México y Perú. Es incomprensible. Quizá sea uno de los toreros con más capacidad para andar con las corridas duras pero ni sus triunfos durante años en el Valle del Tiétar le han servido para la ansiada oportunidad de explicarse en Madrid.
Cerró el cartel André Lagreavere «El Galo», que cortó cuatro orejas, otro torero con recursos para buscar las vueltas al complicado y estirarse con buena voluntad ante el enclasado. Además, lo ve claro con la espada.
Me gusta mucho tu » cronica», sobre todo, los prolegomenos.
Interesante, instructiva y descriptiva.
Muchas gracias.