La estampa parecía en blanco y negro: una plaza de piedra, un ruedo pequeño sin callejón y un toro jabonero encampanado amenazando al picador desde la otra punta del platillo. No hay más verdad que la de un toro en su máximo esplendor. El toro serio, el toro en puntas en el lugar donde nace el toreo: el pueblo.
El toro decimonónico de Prieto de la Cal volvió a Sotillo de la Adrada después de la épica tarde del septiembre pasado donde aparecieron solo dos banderilleros: José Otero y Francisco Javier Tornay que dieron cuenta con gran brillantez a los seis veraguas. Sotillo se acordó y les premió con una ovación tras romper el paseíllo. Esta vez no faltó ningún banderillero pero la emocionante historia no se repitió.
Quizá porque segundas partes nunca fueron buenas o porque aquello que aún recordamos fue un abismo frente a la cruda realidad de un toro boyante en los primeros tercios pero que, conforme pasan los actos de la lidia, va mermando ostensiblemente sus capacidades. Un toro de primeros tercios, que salía de chiqueros como un tren, que remataba en los burladeros con la cara por las nubes, sacando las astillas como lascas de sílex, y que atendía presto al caballo donde, por cierto, le dieron tela.
El que mejor entendió este toro fue Miguel Tendero que toreó sobre las piernas al complicado sobrero del Marqués de Albaserrada que salió en segundo lugar. Una faena propia de la primera década del siglo XX, llegando a tocar los pitones del toro en un alarde de valentía y poder. El quinto, único negro del precioso encierro que envió Tomás Prieto del a Cal a Sotillo, protestó en los dos puyazos que, con poco tino, recibió. Y en la muleta puso la cara en el mismo lugar donde se lo había puesto antes al picador.
La única oreja del festejo fue a parar a las manos de Joselillo gracias a una estocada al primero de la tarde que, por sí misma, valió el premio. El vallisoletano lució a su lote en el caballo, recetando tres puyazos, y tiró de recursos para sobreponerse al primero, con el que se dobló de inicio pero que siempre se venía por dentro pegando cambayás.
El cuarto mereció un capítulo aparte porque solo por verle salir de chiqueros mereció la pena la entrada. Un berrendo en jabonero que nos hizo retrotraernos a aquellas láminas de los célebres toros del Duque de Veragua de mediados del siglo XIX. Arrempuja-42, cinqueño, se arrancó con alegría en los tres puyazos que recibió, con mejor intención que acierto. Un inicio de chicotás y molinetes no fue el más recomendable para la corta embestida del animal. Después, el animal desarrolló sentido y la faena anduvo con más precaución que apuesta.
El cartel lo completó Mario Palacios, que reaparecía después de la cornada que recibió en El Molar. El torero fue silenciado en ambos turnos después de sortear un lote de poco contenido. Gazapón y molesto el tercero al que cerró con unas meritorias manoletinas, y un sexto albahío que enseñaba las puntas que terminó con la función.
PD: La ganadería de Prieto de la Cal cumplió esta semana 105 años. Tomás Prieto de la Cal y Dibildos compró la ganadería al torero Marcial Lalanda en 1943. Ya en su poder, eliminó todo lo anterior al adquirir un lote de sangre vazqueña a José Enrique Calderón, procedentes de la compra de la ganadería de Veragua por Juan Pedro Domecq y Núñez de Villavicencio en 1930. Desde entonces La Ruiza se ha convertido en un oasis donde se sigue criando un toro que no atiende a las modas. Un patrimonio genético de valor incalculable, aunque no sea el toro prototipo de la faena moderna. Enhorabuena.
Plaza de toros de Sotillo de la Adrada (Ávila) España – Toros de Prieto de la Cal y uno de Marqués de Albaserrada, 2ºbis, bien presentados y de escaso juego.
Joselillo, oreja y silencio tras aviso;
Miguel Tendero, silencio y silencio;
Mario Palacios, silencio y silencio.
Incidencias: Saludaron tras romper el paseíllo Joselillo, José Otero y Francisco Javier Tornay.