Emilio de Justo

Madrid, ¡pero qué te han hecho!

El ambiente de la segunda de San Isidro era hostil desde antes del comienzo del paseíllo. El 7 ardía. “Plaza 1 dimisión” se lanzaron a gritar cuando asomó por chiqueros el desamparado Patrón-35, el único con el hierro de Garcigrande, un toro bajo, hondo pero de escaso perfil, que tenía su sentencia firmada desde que salió su foto publicada en los medios. Un toro para cualquier plaza, excepto Las Ventas. La temporada se les está haciendo cuesta arriba al equipo de veedores que, desde finales del año pasado, no cuenta entre sus filas con Florito como máximo responsable. Y eso se nota.

El clima en el tendido es irrespirable. Dos bandos, España misma. El que firma estas letras, sentado en el alto del tendido 6, se sentía por primera vez un extraño en una plaza de toros. Ni la corrida, ni el palco, ni el tendido, ni el ruedo hicieron justicia a la primera plaza del mundo que se desangra entre la intransigencia, la benevolencia y el gintonic.

Derechazo relajado de Emilio de Justo I Plaza 1

Para entender semejante grillera -o incluso los acontecimientos de Sevilla- hay que estudiar sociología. De dónde venimos. La gente no es la misma que antes de la pandemia. Y su comportamiento, tampoco. Ya sucedió con los felices años 20. El público quiere presenciar un acontecimiento y, si no, se lo inventa. Solo así puede entenderse el exceso. Y no quiero recordar cómo el crack del 29 terminó con la especulación de un mundo artificial que terminó enfangado en la Gran Guerra.

El palco debiera ser el contrapunto al exceso de un tendido ebrio. Hoy no fue así. Se aprobó una corrida impropia de Madrid, injustificables unos, destartalados otros, que se tapó por el importante lote que sorteó Emilio de Justo. Un torrente de emociones, Zambullido-1, que sin el viento era de triunfo mayor. Y Valentón-13, bravo, humillador y encastado, de bandera, pero jamás de vuelta al ruedo. Ni de dos orejas fue la faena del extremeño. Sin quitar un ápice de mérito y emotividad, ¡vaya estocada, volcándose en el morrillo!, faltó rotundidad para alcanzar la gloriosa Puerta Grande.

Para entender este exceso hay que ir a otro. Mientras Tomás Rufo paseaba la oreja del tercero me acoraba de tantos toreros -como el propio Rufo que de novillero le mangaron más de una Puerta Grande en las nocturnas donde se destapó- a los que con una petición mayor les habían dejado sin trofeos que les hubieran arreglado la temporada. ¿Fue mayoritaria? Me genera dudas.

Natural de Tomás Rufo I Plaza 1

Es una lástima que el protagonismo del palco haga olvidar la ovación con que Madrid recibió a Emilio de Justo. La piel de gallina. O la forma de torear templado y asentado al bravo quinto. Los trincherazos, las trincherillas. La emoción de encontrarse de nuevo con su plaza. También la raza con la que salió Tomás Rufo a revientacalderas, de rodillas, para enjaretar una tanda propia de un joven que ya come en la mesa de las figuras.

Y Morante. ¿Por qué Morante?, se preguntaba Paco Aguado en el título de un libro magnífico. A más de uno se les había olvidado que el de La Puebla del Río es pura provocación. Todo o nada. Hoy, con un lote infumable, tocó lluvia de almohadillas. El próximo jueves vuelve. Volved, infieles, aunque sea para acordarse de su madre. Madrid, ¡pero qué te han hecho!

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