El toreo popular debió comenzar en un lugar como Cuevas del Valle. Un espacio acotado por la orografía del pueblo, la escarpada piedra a un lado y la orilla del río al otro, y unos palos que hacen de talanquera. El toro como divertimento y culto pagano. La magia del barranco de las cinco villas de Ávila vuelve a sorprendernos para descifrarnos el origen del toreo. En la búsqueda del mito del primer torero, Cuevas del Valle esconde en su esencia parte del enigma.
Esta pequeña localidad abulense, que deja atrás el Valle del Tiétar para alcanzar la cumbre de Gredos, conserva el espíritu frugal de un pueblo que se oculta en un pequeño valle a los pies del Puerto del Pico. Sus calles, adornadas por floridos balcones, las fuentes que emanan agua fresca y pura de la sierra, son testigo del paso de los siglos impávido a las modas. Una Pompeya viva.
Son las fiestas en honor a la Virgen de las Angustias. El pueblo ríe y baila al compas de una bullanguera charanga camino de la plaza de toros. Con veinte primaveras, dos años sin fiestas y con una pandemia por medio son casi una vida. En la plaza ya están todos situados donde buenamente pueden. Las piedras del barranco arden por el calor pero no pasa nada. Tendido preferente.
A las 19h en punto hacen el paseíllo dos jóvenes promesa de la Escuela Taurina de Salamanca vestidos de corto, Pedro Andrés y Cristiano Torres. Inicios así forjan la carrera de los toreros. Dos novillos cuajados de La Guadamilla aguardan en chiqueros. Los toreros dignificaron a la profesión, incluso cuando pasaron el capote al terminar para recoger el agradecimiento del público en forma de monedas, una imagen de otro tiempo.
Y, por supuesto, suelta de vaquillas y el toro del cajón. Como ven, la buena salud de los pueblos taurinos está íntimamente relacionada con la participación del pueblo. Así pasen los años.
PD: Youtube censura las imágenes de lances de la lidia. Puedes ver el vídeo íntegro, aquí.

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