Un hombre de talle enjuto, pelo cano, facciones marcadas y lentes atendía concentrado a la televisión sentado en una mesa del mesón El Toreo de Villalpando. Como si la vida no hubiera pasado, como si su historia jamás se hubiese escrito. Allí, en ese rincón, en el mismo lugar donde nació y al que volvió después de haber recorrido el mundo, de haberse hecho rico varias veces y ayudar a tanta gente que el dinero acabó siendo simple papel de ida y vuelta, Andrés Vázquez sentaba cátedra cada tarde a quien quería escucharle. El tiempo, el puto paso del tiempo, no hizo mella en el sentimiento torero del maestro zamorano. Andrés Vázquez nació, vivió y murió con el toreo en su corazón. -Andrés Vázquez: de Villalpando a la gloria, un viaje de ida y vuelta-.
El toreo yace en el olvido de la memoria. Los referentes históricos dejan huérfana a una tauromaquia que jamás volverá. El patrimonio del toreo también son sus personas. Gentes de un tiempo donde un apretón de manos servía para cerrar un trato inquebrantable, el valor de la palabra, el respeto, hombres que tenían arrestos para defender dentro y fuera del ruedo sus principios. La de Andrés Vázquez es una historia de superación, de amor propio, de pasión por la tauromaquia y amor por el toro bravo.
Luis Andrés Mazariegos Vázquez (Villalpando, 1933) descubrió pronto la cara más dura de la profesión. Siempre bajo el influjo de la historia de Juan Belmonte en las noches de Tablada, el joven de familia humilde cogió la bici con 14 años para matar el sobrero de una novillada en Toro y después se hizo el atillo para irse a las capeas de Guadalajara y Madrid bajo el apodo de «El Nono de Villalpando». Allí se forjó como tantos otros: El Feo, Aurelio Calatayud, El Canijo, El Maño. Y tantos jóvenes anónimos que dejaron su vida sin que el toreo les diese nada, el triste y cruel anonimato de una mesa de cualquier salón de plenos convertido en una improvisada morgue. José María Forqué lo reflejó en uno de los fragmentos de la magnífica película «Yo he visto a la muerte», donde Andrés Vázquez volvió a ser El Nono.
Su carrera se forjó a fuego lento. La década de la veintena, donde los toreros suelen despuntar, la cultivó en esos tragantones donde había muchas puntas y poca seguridad. Ahí fue donde forjó su carácter, su raza, su casta. Con 28 años triunfó en Vistalegre como novillero, lo revalidó en Las Ventas y sirvió para tomar la alternativa el 19 de mayo de 1962 con Gregorio Sánchez como padrino y Mondeño, como testigo, con una corrida de toros de Benítez Cubero. Aquel día logró la primera de las diez Puertas Grandes que conseguiría en Las Ventas. La historia de la plaza de toros de la calle Alcalá no se puede contar sin mencionar la figura mítica de Andrés Vázquez.
¿Qué hubiera sido del zamorano si hubiera triunfado en los 50, en lugar de los 60 y los 70? El toreo era muy diferente la década anterior que comenzó con el duelo Litri-Aparicio que llenó el luto que dejó en los ruedos Manolete, aún continuaban los ecos del autoproclamado número 1, Luis Miguel Dominguín, un recién alternativo Antonio Ordóñez hacía las delicias de los puristas y la garra la sacaban el venezolano César Girón o Pedrés. Además de Belmonte, Andrés sentía admiración por Domingo Ortega, Rafael Ortega y Antonio Bienvenida.
Andrés Vázquez fue un pionero. Sí, por apostar por una ganadería hasta entonces desconocida y llevarla de su mano a lo más alto. Ni más ni menos que el hierro de Victorino Martín que estaba viviendo un momento delicado. El 2 de junio de 1968, tras una brutal pelea entre dos sementales, Victorino Martín Andrés recibe nueve cornadas del toro Hospiciano que le ponen al borde de la muerte. La ganadería lidia tres corridas de toros y las tres son en la plaza de Las Ventas. Al año siguiente, una tarde cualquiera de agosto de 1969 cuaja a Baratero, la faena quizá de la que siempre se ha sentido el maestro más orgulloso, y se convierte en el primer torero en triunfar con los cárdenos de Albaserrada en Madrid. Este triunfo devuelve a la ganadería a la primera línea y eleva al torero a la categoría de figura.
El 3 de mayo de 1970, se anuncia con seis toros de Victorino en Madrid. La idea fue del propio Andrés Vázquez y cincuenta años después se emocionaba recordando que él mismo echaba de comer a los toros para ayudar a Victorino. Incluso que sentía que los toros le reconocían cuando salían al ruedo. Su afición era desmedida. Tanto es así que el 25 de julio de 2012 mató un utrero de Victorino Martín en su 80 cumpleaños.
Su otra gran pasión fue el flamenco. Toros y flamenco dos sentimientos que quieren convertir los modernos en tópico pero que tienen un nexo de unión: el sentimiento. Y Andrés Vázquez sentía el fandango cuando estaba en confianza. El flamenco de Castilla, sobrio y doliente. Su último afición fueron los galgos, con los que se volcó con la misma pasión como lo hizo todo en su vida.
El último paseíllo en Madrid lo hizo en la Sala Azcona de la Cineteca. El maestro Andrés Vázquez hacía su entrada como en un eterno volver a empezar. Pasos firmes, erguido, con torería. El público en pie le obliga a saludar. La ovación tronaba en el Matadero. El centro de creación contemporánea de referencia abría sus puertas para estrenar, por fin, ‘Sobrenatural’, el filme dirigido por Juan Figueroa y que tiene al maestro de Villalpando como protagonista. Madrid en pie -otra vez- a sus 87. El director de cine llevaba años obsesionado con una escena desde que con seis años le escuchara de madrugada en una entrevista en la radio. No sabía aún quién era Andrés Vázquez pero más de treinta años después -en 2011- se encontraron en Villalpando y le contó la escena: un viejo torero con una palangana lava con humildad franciscana una cabeza de toro que él mismo ha matado. «Hay que hacer esa película», le contestó sin dudar el maestro.
A Villalpando llegaron decenas de torerillos en busca de consejo. Los que se quedaron y aguantaron su exigencia no lo olvidan. Vivir en torero las 24 horas. Su grandeza también se muestra en su vocación de enseñanza. Profesor en la Escuela Nacional de Tauromaquia, su franqueza (y dureza) con los que empiezan se reflejó en la magnífica película «Tú solo» donde aparece como maestro de las primeras generaciones que salieron de la placita del Lago de la Casa de Campo.
A Andrés Vázquez le acompañó la raza de figura del toreo hasta el último día. No dejó de torear, con el cuerpo o con la cabeza, hasta que las fuerzas fallaron. Durante el confinamiento se le veía dar capotazos al viento por su Villalpando natal. Zamora de ida y vuelta. Qué es la vida, si no partir hacia lugares desconocidos. Qué es la muerte, si no volver. De Villalpando se fue el «Nono» y volvió el «Maestro», con mayúsculas. Ahí, en aquel rincón del mesón El Toreo.
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