La plaza de toros de Aranjuez te recibe como varada en el tiempo. Al final de la calle Almíbar asoma su puerta grande. Tan sencilla por fuera que jamás podrías imaginar su belleza interior. Monumental. Caprichosa. Elegante. 225 años de historia. «Reynando Carlos IIII (sic) y María Luisa de Borbón. Año de 1797», reza una placa de piedra. Al otro lado una advertencia: «Prohibido fijar carteles bajo multa de 10.000 pts.». 60 euros para que lo entiendan los millenials. -Aranjuez: una página dorada para una historia brillante-.
Sentarte en su grada de madera cubierta de polvo e historia te permite viajar. Dicen que la plaza se parece a la madrileña de la Puerta de Alcalá. Solo por eso, merece reverencia. La historia dice que Alfonso VII ordenó reconstruirla tras el grave incendio que la destruyó en 1809 y en 1829 la cedió al ayuntamiento para uso y disfrute del pueblo. Aranjuez es historia.
Hoy se escribió una página más del magno libro de la monumental plaza. Morante, Talavante y Luque mostraron cómo están lejos de la exigencia de Las Ventas y fue un termómetro para medir la temporada. La corrida de La Quinta tuvo las hechuras de Buendía de toda la vida, la que mataban Camino y El Viti y que embestían por el rabo. Quizá la corrida pecó de falta de humillación y finales, tercero y cuarto, pero tuvo tres toros importantes, el lote de Talavante, con el extraordinario quinto que tuvo cadencia, ritmo y temple, y el sexto.
Morante se quitó de en medio al primero. La traca estaba guardado en el cuarto. Con el capote, dos verónicas y la media fueron monumentales. Pura suavidad, temple y empaque. Incluso lo puso una segunda vez al caballo en los medios para verlo galopar con alegría. Lo cuidó en este encuentro y lo sacó del caballo con un quite por delantales perfecto. Qué bonito es ver torear bien con el capote. Con la muleta comenzó rodilla en tierra a dos manos por alto, rememorando una imagen en blanco y negro. Mientras la banda interpretaba de forma magistral una versión muy taurina del tan poco taurino «Viva el pasodoble» -tarde sublime de la banda, por cierto-, Morante interpretó una faena templada, suave, preñada de sentimiento natural. Sublimó el toreo a pies juntos. Una delicia. Qué inspiración para salir de cada tanda. Una maravilla solo al alcance de Morante. También hubo tragedia. Al salir de un pinchazo, el toro hizo hilo y lo volteó. En el albero, le tiró mil y un derrotes del que salió ileso pero la paliza fue de aúpa. Estuvo mucho tiempo entre los pitones. Dramático. Se recompuso pero no pudo rematar la obra como merecía y recogió una atronadora y sincera ovación.
Alejandro Talavante sigue intentando encontrarse. Esta vez, al menos, hubo comunión con el público. Si el segundo fue noble y con un buen pitón izquierdo, el quinto fue el toro de la corrida pero vayamos por partes. Un quite por gaoneras, bien reunido, nos hizo atisbar al Talavante que queremos ver. Con la muleta llegó una faena ligada donde tuvo más predominio la mano derecha, a pesar de que el lío estaba al natural donde enjaretó una buena tanda… pero volvió a la mano derecha. Con la espada, un sainete. El quinto, cárdeno claro, fino de hechuras y ¿terciado? Hablamos del toro de Buendía. Su cualidad principal fue ir a más. El extremeño dejó destellos brillantes al natural con otros de menor compromiso sobre la mano derecha.
Lo de Daniel Luque fue de nota alta. Entiende perfectamente al encaste y tiene la lucidez de aplicar lo que necesita cada toro. Al tercero le tapó la salida, componiendo a media altura, fijando al toro al que le faltó transmisión. El sexto fue otra historia. Toro bravo, con mucho que torear, el de Gerena lo cuajó de principio a fin. Caraancha-15 humilló, tuvo finales y celo en su embestida. Ahí, Luque se rompió toreando sobre las dos manos. Una tanda al natural sobre la mano derecha, dominando las telas, el tiempo y al toro, fue casi perfecta. Además, remató con una estocada entera donde el toro no cayó y nos regaló un golpe de verduguillo de los que no se recuerdan. Todas las suertes, aunque sean de matarife, si se hace con pureza da gloria verlo. Luque paseó las dos orejas rotundas pero el presidente no quiso premiar al toro que puso el broche a una interesante corrida de La Quinta.
Dos niños acompañaban a Daniel Luque en la vuelta al ruedo. Tiraban sombreros como si fuesen un torero. Su cara lo decía todo. En el centro del ruedo, cuando saludaron los tres una ovación, Luque les dijo que se pusieran a torear con un capotillo. Se liaron a dar verónicas y el público les cantó. Jamás lo podrán olvidar. Qué bonito es sentir el veneno del toreo.
Vídeo resumen de la tarde.
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