La ovación surgió espontánea después del paseíllo. Alejandro Talavante salió a recogerla de un impoluto negro y oro, chaquetilla de terciopelo y porte de estrella del rock. Así ha sido su vida desde su huida hacia delante en 2018: vivir sin los estrechos clichés que encorsetan a un torero. Con el extremeño entre bambalinas, la ovación volvió a animarse. En esto que salió Juan Ortega a saludar pero no convenció a los que siguieron aplaudiendo. El 7 se levantó. En el callejón, Álvaro de la Calle pidió permiso para salir al tercio y disfrutar del reconocimiento de la gesta de Resurrección. -Una bienvenida envenenada-.
El toro pesa más en la plaza que en el campo. Y si esa plaza es Las Ventas y el toro es Follonero-10, hay que estar muy puesto para aprovechar su bravura encastada y exigente. Talavante recibió una bienvenida envenenada a la realidad. La dureza de esta profesión no es igualable a cualquier otra. Un toro bravo, de los que piden el carnet de figura del toreo, puede quitarte de en medio. El extremeño contaba hoy con la bondad de un público que quería verlo triunfar de nuevo. Pero el crédito en Madrid tiene fecha de caducidad como ha quedado demostrado con tantos consentidos.
La mágica zurda de Talavante fue un desgobierno en la primera parte de la faena al tercero. Con el toro viniendose por dentro, la muleta anárquica y sin dominio no fijó las embestidas bajo el mando del torero. Aguantó estoico, eso sí, cuando se pasaba por el fajín. Follonero exigía por el izquierdo una muleta de pleno dominio y por el derecho rebasó su embestida con poder que daba gusto verlo. Tuvo que ser sobre la mano diestra ya en el tramo final cuando se metió a fondo en la faena. Solo fueron dos tandas, cortas de tres o cuatro muletazos, pero muy intensas. El público no necesitó más para volcarse con el héroe renacido para la causa del toreo. Una (ligera) oreja de un toro de dos que Talavante hubiera cortado, sin duda, en cualquier momento de su carrera.
La corrida de Jandilla, bajos, finos, con cuello y serios por delante, dejó muchos interrogantes. Bien hechos y con trapío de Madrid, una difícil combinación, quizá pesó la edad en la corrida (cinco cinqueños, alguno a escasos meses de los seis años «oficiales») que para bien o para mal fija mucho el carácter. Excepto el encastado y exigente tercero, el resto de la corrida no rompió.
Sin entrega es difícil entregarse. Juan Ortega necesita una faena grande para devolver la confianza que parece olvidada. Y como quiere torear, se pone igual con el que se queda debajo del sobaco o con el que va con todo a devorarte. El toreo del sevillano es transparente. Así, toreó de forma exquisita a la verónica y dejó algún trincherazo con el sello Ortega. Incluso tiró a dos toros sin puntilla. Guárdate, Juan, la espada para cuando haga falta de verdad. Y no te desgastes intentando torear bien a quien no merece más que machetearlo y tirar por la calle de en medio. Que no piten por pesado. ¡Qué toreras son las broncas de esa gente que está deseando volver a verte!
Talavante no estaba dispuesto a morir hoy. Quizá haya descubierto en estos cuatro años que la vida se vive fuera de una plaza de toros. Que el mundo es más grande que una muleta y una espada. Y eso libera al hombre pero pone en peligro al torero.