El quite de la media luna, ¿y si Goya tenía razón?

El patrimonio del toreo lo componen pequeñas aportaciones que lo convierten en un arte mayúsculo. Si atendemos al edificio donde se encuadran los festejos taurinos, hablamos de las plazas de toros como referentes arquitectónicos en todas las ciudades -exceptuando esos enormes polideportivos cubiertos que trajo el nuevo milenio-. Si hablamos de música, los pasodobles que interpretan bandas de música profesionales o amateur en riguroso directo cada tarde en todas las plazas del universo taurino son excepcionales. ¿Y el diseño de moda? Los sastres taurinos confeccionan piezas de alta costura en forma de vestidos de torear. Joyas hechas a mano que se funden con el cuerpo esbelto del torero. -Conoce más sobre el quite de la media luna-.

Estas aportaciones también son intangibles como el valor o la torería que dan fuste al espectáculo gracias a los hombres que se enfundan el traje de luces y, por ende, emocionan al público que está en el tendido. Y, además, hay otro intangible que permite evolucionar al toreo a lo largo del tiempo y que sus personas dejen una impronta que va más allá de sus trayectorias: la creatividad.

Son muchos toreros los que gracias a su imaginación han dejado nuevas suertes con el capote, banderillas o muleta que en su tiempo fueron parte heterodoxia del toreo pero si su éxito sobrepasa a la persona pasa a formar parte de la más pura ortodoxia. Ahí está Pepe Ortiz, torero mexicano también conocido como el Orfebre Tapatío, que dejó su huella en el toreo por su faceta de inventor de nuevos quites como la orticina, el quite de oro o la tapatía.

José Antonio Campuzano desempolva la suerte

Badajoz. 1984. Toros de Joaquín Buendía para Antoñete, Julio Robles y José Antonio Campuzano. La corrida se desenvolvía entre la suavidad de los cárdenos, en hechuras del encaste. Hechuras y encaste que desaparecieron por el gigantismo al que se vio sometido el toro en la década de los 80. El toro se cayó durante lustros y los encastes que no pudieron tener tanta carne momia en su esqueleto fueron desapareciendo. Primero porque sacaron de tipo a su toro y, segundo, porque los que mandaban dejaron de pedir esos toros que tantos éxitos habían dado décadas atrás.

Estamos en el tercero de la tarde. Antes, Antoñete, de Chenel y oro, dio una lección de colocación, de tiempos y distancias, y Robles, de blanco y oro con cabos negros, se las vio con el garbanzo negro del festejo. Campuzano, de grana y oro, salió a revienta calderas. Variado con el capote, lo recibió con una larga cambiada, toreó con lucimiento a la verónica y llevó al toro con un galleo. En el turno de quites, dobló el capote por la mitad y se lo echó a la espalda, mostrando el envés rosa. Una mano en la esquina del capote, la otra en la esclavina. Para entendernos, una suerte de gaonera con medio capote. Así, el sevillano ejecutó la suerte por el pitón izquierdo hasta rematar con un molinete que envolvió a Campuzano en el capote como una bandera.

Este quite se denomina el de la media luna por la forma que tiene el capote doblado pero, como ya hemos comentado, los introductores de suertes también tienen mucha importancia en el toreo. En México se la conoce como morelina o moreliana. En este caso, en homenaje al matador de toros Mauricio Portillo, nacido en Morelia en 1966 y alternativado en 1988 en esa misma ciudad de manos de Eloy Cavazos y con el rey David Silveti como testigo. Cuentan las crónicas que fue un torero con un comienzo de carrera arrollador pero que se diluyó quién sabe por qué.

El diestrísimo estudiante de Falzes, embozado burla al toro con sus quiebros

¿Qué fue primero, la media luna o la morelina? ¿La zapopina o la lopecina? Probablemente alguna de estas suertes se rescataron de páginas de la Historia olvidadas. ¿Acaso El diestrísimo estudiante de Falzes, embozado burla al toro con sus quiebros que Goya inmortalizó en sus grabados no se parece al remate de Campuzano en Badajoz? Quién sabe si el genio de Fuentetodos se lo vio hacer a Pepe Hillo antes de su fatídica muerte en 1801 por el toro Barbudo de Peñaranda de Bracamonte en la plaza vieja de Madrid, momento fatal que protagonizó la última lámina de La Tauromaquia de Goya.

El quite de la media luna fue interpretada en las últimas décadas por Víctor Puerto, Salvador Vega, Juan José Padilla o, recientemente, por Ginés Marín en la plaza de Valencia. Este caso es especial porque combinó el pase de frente por detrás con el remate de forma sucesiva. El periodista José Luis Ramón, el mayor experto en suertes del toreo de la actualidad, lo bautizó como xativeña.

Las suertes del toreo dan a la tauromaquia una variedad brillante que debe hacer olvidar la monotonía que reina en las plazas de toros.

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