En un revolcón, la tarde se fue al carajo. No quiero imaginar la jindama del último mes. Noches interminables, días inquebrantables. La fatiga, el cansancio. Los nervios. Todo, para matar o morir en seis actos. Y cuando la verdad aflora puede salir cruz a la primera. A la salida al ruedo del cuarto de la tarde, el destino de Emilio de Justo se debatía en un frío y oscuro escáner de la Fraternidad.
La fuerza del sino quiso embarcar para la encerrona -nunca mejor dicho- un toro burraco que tenía la gloria en sus embestidas. Burraco, hondo, bajo, largo, una cuarta de manos y dos pitones de aquí te espero. Duplicado-145, de Victoriano del Río, no es una casualidad. El toro es fruto de la ganadería más brava y encastada del momento, solo hay que recordar su historial en los grandes acontecimientos recientes de Las Ventas.
Los sobresalientes suelen ser convidados de piedra en un banquete donde el primero, segundo, pan y postre son para el matador protagonista. Quizá un quite ya al final si el toro sale bueno, pero basta. Álvaro de la Calle se quedó con la papeleta de lidiar y dar muerte a cinco cinqueños de distintas ganaderías frente a veinte mil espectadores que querían ver a Emilio de Justo. Vaya trago.
La profesión del sobresaliente está instaurada en el escalafón. Una figura de matador veterano semiretirado que se calza el terno para hacer el paseíllo y cumplir. En 2013, De la Calle ya tuvo una tarde de gloria en Gijón después de las cogidas de Antonio Ferrera y Javier Castaño, con toros de La Quinta. Por cierto, donde salió otro toro de vuelta al ruedo. El salmantino estuvo digno, no se vio sobrepasado ante las circunstancias pero ni el triunfo ni el fracaso iban a cambiar su posición en una carrera que ya está echa. Hay que abrir este debate.
La historia del cuarto es la de la grandeza de la tauromaquia. La reivindicación de los tres tercios de la lidia como conjunción perfecta para un espectáculo brillante. Si recuperásemos la pureza de cada momento, olvidaríamos la monotonía de festejos insoportables, la aburrida espera hasta el último tercio. La reducción del rico arte del toreo a derechazos y naturales más mecánicos que Peter Weller dentro de Robocop. Y el público volvería a la plaza.
Primero fue Óscar Bernal quien nos explicó porqué los picadores llevan oro en sus chaquetillas. Qué forma de torear a caballo. En la misma puerta grande, caminando hacia delante, alzó el palo mientras Duplicado se arrancaba con alegría. Una, dos y hasta tres veces. Álvaro de la Calle tuvo la generosidad de ponerlo esa tercera vez para poner a Madrid en pie. Cómo echó el palo con el toro encima para picar en la yema. Fue perfecto. No hay algo que pueda igualar a un primer tercio bien ejecutado. Incluido los quites, donde rivalizaron De la Calle y Jeremy Banti, torero francés también olvidado pero que mueve el capote con buen aire y gusto. Los quites… qué cosa.
Cuando hay toro, hay emoción. Así llegó al capote de José Chacón, el número uno entre los de plata. Suavidad, temple, tiempo. Ni un capotazo de más, ni un tirón, ni un agobio. Cuánta sensibilidad para llevar cogido el capote con las yemas de los dedos, para correrlo para atrás para darle el capotazo en el momento exacto. O para pegárselo por dentro cuando estaba un punto cerrado. Por cierto, qué difícil es ver dar un buen capotazo por dentro. Duplicado ya hacía el avión. Chacón disfrutaba. ¿Que cómo lo cerró en el burladero del 7? Con una larga para llevárselo toreando a una mano de punta a punta de la plaza. Otra vez todos en pie.
Las banderillas no se quedaron atrás. Si Jesús Arruga es un portento de facultades, Andrés Revuelta clava como los antiguos. Se deja ver despacio, se siente preparando la suerte. Sus hechuras le acompañan. Camina hacia el toro, sin estridencias, deja que se arranque y clava con la suavidad que vemos a los grandes en blanco y negro.
Duplicado ya se había descubierto. Humillaba, tenía recorrido y transmisión. Esa fiereza de lo de Victoriano, que embiste con casta para demostrar al tendido que lo que pasa en el ruedo es importante. Álvaro de la Calle se relajó en algún compás que nos dejó entrever su calidad torera, pero el toro era para cuajarlo, rebosarse y salir consagrado de Madrid.
¿De vacas? En cualquier plaza. ¿De vacas en Las Ventas? Si lo cuajan y lo exprimen, veremos hasta donde llegaría. El pañuelo azul fue merecido. Honores al toro bravo, rey de la dehesa.