La noche cubría Torrijos a la salida de los toros, mientras una sensación agridulce recorría el cuerpo. Por fin habíamos vuelto a los toros pero ya nada era lo mismo. Quién nos iba a decir cuando nos despedíamos de Los Toros del Pueblo la temporada pasada en Cadalso de los Vidrios o cuando comenzábamos como cada año en Valdemorillo, La Flecha o Illescas, que el mundo iba a cambiar y que su reflejo en una plaza de toros iba a ser tan brutal.
La mascarilla y el gel hidroalcohólico sustituyeron a la almohadilla. Protección Civil y la Benemérita pendientes del cumplimiento de la norma de mascarilla obligatoria que, en líneas generales, fue respetada a rajatabla. El incívico, afortunadamente, fue la excepción. Incluso los mozos de espadas no se quitaron la mascarilla a pesar del polvo, del calor, de la tensión. Bravo.
Torrijos nos devolvió a la esencia de la tauromaquia, a pie y a caballo. Un pueblo, un toro y un torero. Una novillada hecha para novilleros buenos, para embestir, de Alcurrucén, que lidió dos novillos excelentes, y dos novilleros en dos momentos distintos de sus carreras: Rafael González, maduro, rumbo a la alternativa, y la sorpresa de Álvaro Alarcón, un joven torrijeño que se encajó en el ruedo para que los aficionados le tomasen la matrícula.
¡Por fin vuelven Los Toros del Pueblo! Seguiremos haciendo kilómetros para conocer pueblos, nuevas plazas, nuevos toreros, en un año atípico en el que echaremos de menos volver a ruedos donde fuimos felices.
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