aplauso

Diario de un Confinado (XVI). El aplauso de las 19:58

Lunes, 30 de marzo. La tercera semana de confinamiento arranca con la paralización total de la economía no esencial. Quia. Esencial. Resulta que ha tenido que venir la crisis más dura desde la guerra civil para darnos cuenta de que lo esencial es aquello a lo que menos atención prestábamos. Además de los sanitarios que están en primera línea, jugándose su propio pellejo para salvar a los demás, el escuadrón del frente, lo esencial está en el campo. -Lee El aplauso de las 19:58-.

Hoy leíamos en El Confidencial una noticia que nos ponía los pelos de punta. No hay temporeros para los puntos fuertes de las recolectas, con la fresa en Huelva por ejemplo. Con la frontera de Marruecos cerrada, no llegan los trabajadores que cada año se suman a la campaña de la fresa porque los de aquí ya no se agachan. «Si todo sigue así, vamos a tener graves problemas de recogida y, en consecuencia, de desabastecimiento de determinados productos”, reconoce el presidente de ASAJA (Asociación Agraria de Jóvenes Agricultores). Los ganaderos están igual. El reportaje cuenta que están soltando al campo lechales y cabritos porque no tienen salida. Nadie los compra.

Créanme que cuando me siento a escribir intento ser optimista, pero me puede el realismo. Las consecuencias pueden ser terribles en el medio plazo. ¿Quién asegura el abastecimiento de los supermercados? La facción podemita del Gobierno lo tiene claro. No hay más que ver el tweet que puso Pablo Iglesias: “Toda la riqueza del país en sus distintas formas y sea cual fuere su titularidad está subordinada al interés general (Artículo 128 de la Constitución)”. Tu riqueza, mi riqueza, puede quedar en manos del Estado por el interés general. Argentina y el corralito, ¿recuerdan? Hubo gente que se despertó una mañana sin nada en los bolsillos.

Al frente del ministerio de Trabajo tenemos al mando a una iletrada que tiene como grandes avales ser concejala de Ferrol de 2003 a 2012, diputada del Parlamento de Galicia de 2012 a 2016 y desde este año, diputada en las Cortes Generales. ¿Saben lo que significa? Que no ha trabajado en su vida en una empresa, que no sabe lo que es una evaluación de desempeño, que no sabe lo que es un despido, ni una bronca de su jefe. No tiene ni idea de la vida real porque jamás se bajó del pedestal de la política. Yolanda Díaz, el cobro de Podemos a Sánchez, salió ayer como la reencarnación de la nieta de Pitita.

Para ser un comunista de élite, tienes que estar rico. Aquí no vale predicar con el ejemplo. Y digo esto porque el look que sacó en la rueda de prensa de ayer, era para verla. Peinada de peluquería, con gafas de azafata del 1, 2, 3 a la última moda -curioso, jamás antes lució gafas, a lo mejor es consejo de su estilista que la recomendó lupas para disimular su agudo perfil-. Y las transparencias que no falten. Qué cosa más burda, con el sostén al aire. Vamos, prototipo de Nuevas Generaciones si no estuviese rozando la cincuentena. Mientras ella lucía, sus palabras la desvanecían. Y los empresarios esperaban hasta las doce de la noche para saber si sus trabajadores podían ir a trabajar o no podían. El arte de la improvisación. Terrible. Su incompetencia lo vamos a pagar todos y ya veremos si algo más.

Yolanda Díaz, durante la rueda de prensa

Y de cena, espinacas

No sé si pasará en su barrio, pero en mi calle la gente empieza con el aplauso a las 19:58. Debe ser que hay uno que tiene el reloj adelantado exactamente dos minutos y anima al resto. Con la primera palma, arranca también el que nos pone el Himno de España que ambienta el minuto de aplausos y cada día nos deleita con una marcha de Semana Santa. Lleva 10 días preparando el terreno. La Madrugá, Mi Amargura, Reo de Muerte, Aires de Triana, La Saeta… Gloria bendita para poner el broche al día.

La cena de hoy no me va mucho, pero en tiempo de trinchera hay que espulgar bien el congelador. En el fondo del último cajón tengo una bolsa de espinacas por si había algún día una hecatombe zombie. Y como esto debe ser muy parecido, me he decidido echarla mano. Ofú qué verde… Esto hay que arreglarlo.

Un diente de ajo bien picado, con media cebolla, picadita también. Lo pochamos hasta que quede transparente. Mientras se hacía, me asomé por la nevera y, oh revelación, tenía unos taquitos de bacon que le iban a quitar, y de qué manera, la amargura a las espinacas de Popeye. Todo para dentro. Lo mezclamos bien. Y ahí llega el momento de echar el condumio verde. No estaba nada convencido de que aquello fuese a resultar a buen puerto… Pero tuve otra iluminación… ¿y si le espachurramos tres huevos y maqueamos un revuelto? Dicho y hecho. Ahora ya tenía otra color. No olviden la sal porque ya si nos queda soso, se nos pone cara de acelga, pariente de la espinaca.

Pues oye, que no estaba malo. Eso sí, me voy a acostar con las tripas subiéndose por las paredes. Mañana habrá que desayunar fuerte.

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