Primavera nieve

Diario de un confinado (XIII). La primavera no quiere romper

Viernes, 27 de marzo. Roza la media noche. La primavera no quiere romper. La flor aguarda tiempos mejores. El frío bucólico parece perenne en un tiempo que se paró hace justo dos semanas. Esta mañana ha nevado en Madrid. El cielo tampoco puede llorar tranquilo. No tiene fuerza, no tiene paz. Tormenta sin truenos porque el grito es ahogado. El shock no permite levantarnos. ¿Recuperar el tiempo? Según para quién. ¿Volverá la primavera? -Lee «La primavera no quiere romper»-.

Desde nuestra ventana vemos pasar un tiempo que no volverá. Vendrá pero será otro. Volveremos a encontrarnos pero no seremos los mismos. Nos falta mucha gente. Quizá esto sirva para poner en un segundo plano lo que creíamos prioritario y resulta que no importa A lo mejor hacemos una prioridad de algo que creíamos secundario. Quizá sea momento para pensar.

Ayer nos volvieron a engañar. De los 9.000 test que nos dijeron que estaban defectuosos, resulta que son más de 50.000. Lo sabían, pero como manipulan hasta el desayuno, primero dan un golpe de efecto, «hombre son solo 9.000», que es la cifra con la que se queda la opinión pública y la que utiliza para debatir horas y horas en televisiones y radios. Y resulta que, al menos, se quintuplica pero lo dicen después, cuando ya ha calado el mensaje anterior. Manual de primero de bolivarianismo.

Del engaño, pasamos a la putrefacción del lenguaje. Pocas veces había vivido algo tan vergonzante. Lo realmente preocupante es que nos estamos acostumbrando. Esta vez, el protagonista es el mamporrero mayor del Estado, Fernando Simón: “Los datos van indicándonos esa posible llegada al pico de notificaciones”. Ya ni siquiera hablan de muertos o de contagiados. No son personas, son notificaciones. Como las del whatsapp, ¿sabes? La manipulación está en el lenguaje. Y la rabia y la impotencia está en la calle.

Viernes de guarrindongadas

Por fin es viernes. La semana ha sido realmente dura en muchos aspectos. Como ayer nos llegó la compra que hicimos online hoy tocó desinfectarla y colocarla, después de pasar la noche en cuarentena en la terraza. Agua, un chorrito de lejía y uno a uno, todos los productos una manita de enjuague. Realmente, no sé si servirá para algo, pero te quedas más tranquilo. La compra no entraba en la cocina, que es pequeñita, eso sí. 

Después, ha tocado siesta que hacía tiempo que no practicaba esta sana costumbre, pero como tiene que ser, de pijama y orinal. Ya saben, de las de despertarte desorientado sin saber qué día o qué hora es. Me preocupé, la siesta estuvo en peligro. Un vecino iluminado, al que le tiene que estar afectando psicológicamente el encierro, tuvo la brillante idea de poner la música a todo lo que daba a las tres de la tarde. Maravilloso, campeón. Un crack. Y no ha parado el tío hasta las ocho. Si te llego a pillar a mano… Así que he optado por meter la cabeza debajo de la almohada y he caído como un bendito.

La guarrindongada del día

Al levantar, el hambre era voraz. Y no hay otra cosa como meterse en la cocina hambriento. Tuve una iluminación. Cogí cuatro patatas, las hice bastoncitos y a la sartén. El fuego a buen ritmo. Pocas cosas me gustan en esta vida como comerme las patatas mientras se están friendo. No le tengo miedo a la quemadura, tengo el cuerpo acostumbrado, así que procuro echar unas poquitas de más. Una vez doraditas, cogí una media fuente las eché -con un papelito absorbente para quitar el exceso de aceite- y abrí la nevera. Peligro. Dados de bacon, salchichas, queso para fundir. ¿Se lo están imaginando? Correcto. ¡Una guarrindongada! El horno a calentar, que gratine. Y en la fuente cortamos las salchichas, echamos el bacon, cubrimos con el queso y para dentro hasta que se deshaga. ¡Qué barbaridad!

Aunque a veces cueste, pongamos voluntad para sacar, al menos, un sonrisa cada día. Esa sonrisa que muchos de nuestro amigos, vecinos, conocidos o desconocidos no pueden sacar. Va por ellos.

Diario de un Confinado I. El coronavirus y la igualdad.
Diario de un Confinado II. Lola, Manolo, Litri y una dorada de bandera.
Diario de un Confinado III. Un cajón desastre.
Diario de un Confinado IV. Oda al teletrabajo y al sofrito.
Diario de un Confinado V. La normalidad es un milagro.
Diario de un Confinado VI. Unas cañas virtuales.
Diario de un Confinado VII. Un mitin en prime time.
Diario de un Confinado VIII. Hospital de guerra.
Diario de un Confinado IX. Sin decir adiós.
Diario de un Confinado X. La mandanga del «Caña».
Diario de un Confinado XI. La vida en una enfermería.
Diario de un Confinado XII. Ni una lágrima.
Diario de un Confinado XIII. La primavera no quiere romper.

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