enfermería Las Ventas

Diario de un confinado (XI). La vida en una enfermería

Miércoles, 25 de marzo. Nos despertamos con una portada de El Mundo que da escalofríos. Los sanitarios que están en primera línea, jugándose la vida para salvar vidas, están haciéndose trajes con bolsas de basura porque no tienen recursos. Lo piden a gritos. Los profesionales están cayendo como chinches, más que en cualquier otro país, porque no disponen de material. Las Comunidades Autónomas han decidido no esperar al Estado y actuar por su cuenta. Algún día, alguien deberá dar explicaciones y, esperemos, sea ante un juez. -Lee La vida en una enfermería-.

Por más que Fernando Simón nos dice que está cerca, el famoso pico no llega. Simón se ha convertido en la cabeza de turco, en el nuevo portavoz del Gobierno, en el títere para no quemar a un político. Hombre de Estado, no cabe duda. 738 fallecidos en 24 horas. Ya superamos el número total de muertos que hubo en toda China. Cada vez nos alejamos más de la curva de Italia en el mismo día. 3.434 familiares, amigos, conocidos. Cada persona tienen su historia. La que se llevan y la que dejan. 

La presidenta de la Comisión Europea, Úrsula von der Leyen, espera que los equipos de protección sanitaria frente al coronavirus estén disponibles en los hospitales españoles en dos semanas. ¿En dos semanas? Esto es una broma de mal gusto. Quizá esta pandemia nos haya tocado con la peor generación de políticos de la historia. En talento y formación. Y en sentido común. E incompetentes. La vicepresidenta Calvo, en primera fila con su boina morada en el 8M, también ha dado positivo. El positivo en la Ruber se lleva mejor. Qué mamarrachos.

Gracias, cirujanos

A pesar de todo, siempre hay algo por lo que merece la pena luchar. Anoche, me llegó un comunicado de la Sociedad Española de Cirugía Taurina, vía el doctor Enrique Crespo, donde anunciaban que ponían a disposición de cualquier organismo oficial los respiradores, monitores y aparatos de anestesia de las enfermerías de las plazas de toros. ¡Qué grandes! Una vez más, los cirujanos taurinos están dando la cara en la situación más difícil.

Ayer mismo, comenzaron a salir los respiradores hacia los hospitales. Los respiradores de las enfermerías de las plazas de toros de Madrid, Sevilla, Córdoba, Ronda, Lucena, están ahora mismo salvando una vida. Anoche también hable con mi amigo Jorge, compañero en la tertulia de El Albero de COPE Pinares y que trabaja suministrando aparatos a hospitales y quirófanos en una multinacional alemana, y me contaba la mayor.

Él también está en la primera línea pero en otro frente. Lleva dos semanas trabajando 16 horas diarias y viendo cosas terribles. Me dijo algo que me puso los pelos de punta pero a la vez me hizo confiar en la bondad del ser humano, en la capacidad de sufrimiento, en la generosidad. “Hoy hemos llevado el respirador de la plaza de toros de Las Ventas al hospital 12 de Octubre y ahora mismo está salvando la vida a una persona que estaba muy grave”. Esta es la realidad de lo que está pasando. No nos lo cuentan, pero está pasando. Gracias, cirujanos.

Tirar la basura, una odisea

Hoy, he bajado a tirar la basura. Lo reconozco. La bolsa ya asomaba por el balcón y eso no está bonito. Menuda odisea. Chandal, guantes y un papel para ir abriendo puertas. La sensación de estar en la calle es extraña. Quizá sea un poco de síndrome de Estocolmo. No sabes dónde puede estar el peligro y qué puedes estar haciendo mal. Es contradictorio. Por un lado, sientes la brisa en la cara, el fresquito. Caminar. La libertad. Pero pesa más la sensación de desprotección.

Una vez que te ves frente al contenedor te entra una inquietud. ¿Y ahora qué? ¿Cómo meto mano ahí, donde toca todo el mundo? Vaya cirigoncia. El papelito en la mano que esta libre, prácticamente solo con la yema de los dedos y la apertura justa para que entre la bolsa -el bolsón-. Prueba superada.

Ahora toca volver a casa. Ah, amigo, pensabas que iba a ser fácil. En la puerta, mi señora me tenía preparada un plástico en el suelo, un barreño con agua y lejía y un trapo. La puerta del salón cerrada. La veo por los cristales. “Venga, primero los zapatos”. Así que, sin quitarme los guantes, me descalzo y limpio la suela con la lejía para no dejar rastro. También metí las llaves en el agua por si acaso, llamadme paranoico… Después, la ropa entera a la lavadora y Marcos a la ducha. Vamos, que cuando terminé estaba de Primera Comunión.

Por cierto, menuda odisea para hacer la compra online. Todo colapsado. El jueves pasado conseguimos encontrar un hueco y veremos mañana si nos llega. ¡Una semana! Y eso en el mejor de los casos porque llevábamos intentando cinco días hacer una compra a mis suegros y no había manera. Hoy lo conseguimos. La web del supermercado en cuestión nos dejó acceder y después de hacer el pedido nos dejó dos horas en la cola virtual. Ni que fuesen perlas, que diría Juncal.

Es el momento de desconectar. “Rafael de León, un hombre de copla”, de Daniel Pineda Novo. Qué buena pinta. Os contaré. 

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