Lunes, 23 de marzo. 20:40h. Trabajar para no pensar. Mejor dicho, trabajar para pensar en el trabajo. Trabajar para no sufrir, eso sí, con todo lo que está pasando. Doce horas después, es el momento de cerrar el ordenador. No crean, así pasan los días muy rápidos. -Lee el Diario de un confinado: Borja Domecq, sin decir adiós-.
Ya hemos superado los dos millares de muertos, 2.182. Son datos de esta mañana. Ahora, probablemente, serán varios centenares más. Qué impotencia. Se nos están yendo abuelos, padres, familiares, amigos, en un día y a una hora que no les correspondería. Que no, no era su día. Se van sabiendo que se van pero sin despedirse. Qué duro tiene que ser para el que se va y para el que se queda. El sufrimiento es atroz. La última dignidad que nos queda es la despedida. El honor, la honra y el respeto. Valores que están en la vida y en la muerte. Mi abuelo se quitaba la boina al paso del hombre muerto. “¿Quién era, abuelo?”. “No lo sé. Hay que respetar a los muertos”.
No es vuestra hora
Como un jarro de agua fría nos ha llegado la noticia de la muerte de Borja Domecq. Jandilla. El maldito coronavirus. Tampoco era su hora. Tenía aún mucho que enseñar del toro bravo. Muchas conversaciones pendientes. Muchos consejos. Ahora, al menos, escoltará a sus hermanos Juan Pedro y Fernando, que también se fueron antes de tiempo. Los tres adalides del toro de nuestro siglo.
Jandilla, casa madre. No solo por los incontables éxitos en el ruedo, sino porque de ella nacen nuevas, porque de allí buscan otras para reflorecer. Ganadería de ganaderías. En Jandilla comenzó el historia de su abuelo, Juan Pedro Domecq y Núñez de Villavicencio donde llegaron las vacas y sementales del Marqués de Tamarón y del Conde de la Corte que iban a cambiar la historia del toro bravo. No fue hasta 1983, una vez fallecido su padre Juan Pedro Domecq y Díez y tras la repartición con la familia, cuando Jandilla comenzaba a tejer su propia historia. Primero fue junto a Fernando que sentó las bases antes de soñar con Zalduendo. Después, Borja comenzó a construir su camino hasta 2016, cuando dejó su legado en manos de su hijo, Borja Domecq Noguera.
Así de duro es esto. Morir sin decir la última palabra. Escribir la última palabra. Dar el último beso. A lo mejor cuando salgamos de esta -¿cuándo? ¿cuándo?- aprovechamos cada día para prepararnos para el final. Muchas veces, nos vamos a la cama sin decir aquello o sin hacer lo otro. Dilo. Hazlo. Como ven, estamos de paso. Sí, el hombre que se creía inmortal. El hombre que era dueño de su destino. El hombre capaz de elegir si vives o si mueres. El hombre que había puesto ya encima de la mesa el debate de la muerte digna. Utilizan el lenguaje para ganar la partida de las ideas. Derecho a decidir. Muerte digna. Progresismo. ¿Es que acaso alguien quiere que no progresemos? Lo que no queremos es hacerlo como tú nos dices. ¿Es que acaso no hay mayor dignidad que morir mirando a los ojos a la muerte? ¡Qué sabréis de dignidad, indignos!
El coronavirus es algo más que una enfermedad. No nos lo cuentan. Es el cambio de nuestros hábitos, de nuestras costumbres. El mundo, ahí fuera de nuestro confinamiento, está cambiando. Nosotros, aquí dentro, también estamos cambiando. No nos deja decir adiós.
Diario de un Confinado I. El coronavirus y la igualdad.
Diario de un Confinado II. Lola, Manolo, Litri y una dorada de bandera.
Diario de un Confinado III. Un cajón desastre.
Diario de un Confinado IV. Oda al teletrabajo y al sofrito.
Diario de un Confinado V. La normalidad es un milagro.
Diario de un Confinado VI. Unas cañas virtuales.
Diario de un Confinado VII. Un mitin en prime time.
Diario de un Confinado VIII. Hospital de guerra.