Hospital IFEMA

Diario de un confinado. Hospital de guerra

Domingo, 22 de marzo. Undécimo día de encierro. Octavo desde el confinamiento oficial. Pedro Sánchez volvió a la hora del Telediario de las 15h. para dar el mitin nuestro de cada día. Hoy tocó discurso de Presidente de Gobierno. El de ayer fue encarnando el espirito del Jefe de Estado de la República Española. Es su siguiente sueño. Y, ojo, este personaje es insistente… El mensaje de hoy, que ya podía haberlo dicho ayer o haberse ahorrado el show de ayer y haberlo dicho todo hoy, es que se prorrogará el Estado de Alarma hasta el 11 de abril. Hay más escenarios posibles: el Estado de Excepción y el Estado de Sitio. Proporcionalidad, ya saben. Hoy no, mañana. -Lee el Diario de un confinado-.

La imagen del día no viene de este personaje, Pedro El Sepulturero lo han bautizado las redes sociales, no. La imagen está en los pasillos de los hospitales con gente en el suelo sobre una sábana y una almohada. Las salas de espera abarrotadas, los pasillos con una fila interminable de personas tumbadas en el suelo por falta de camas. Terrorífico. Los primeros contagiados por el maldito COVID-19 están llegando al gran hospital de campaña que han levantado en tiempo récord en IFEMA. Gracias. Filas de camas separadas unas de otras por varios metros, una bombona de oxígeno en cada una. La imagen da rabia. Un hospital de guerra sin guerra. 

Pienso en ti. Mañana puedo ser yo. Somos soldados contra un enemigo invisible. 1.720 muertos en acto de combate. 28.572 contagiados. Como ven, los muertos se redondean. Qué más le da a Fernando Simón 1.714 o 1.721. Y a Iván Redondo ni les cuento, más pendiente de escribir los discursos de Pedro I El Cruel y planear cómo torpedear el Telediario. Un sicario a sueldo. Un guerrillero con uniforme verde oliva y mauser al hombro, comprometido con la revolución. ¿Cuántos políticos han donado su sueldo para que se compren respiradores o mascarillas? No tienen dignidad. Ninguno.

La moral de la tropa está por los suelos. ¿Cómo levantarnos? Quién sabe. El lunes, el que tenga trabajo y pueda teletrabajar, al menos, podrá distraer su cabeza y concentrarse aún más en sus funciones. Hay que empujar para sacar esto adelante. Lo duro debe ser esas personas a las que un ERTE o incluso un despido, o directamente que no pueda trabajar y, por lo tanto, ingresar dinero en su casa, lo tenga postrado en casa viendo pasar las horas un día tras otro.

La imagen de IFEMA pone los pelos de punta. Cierro los ojos y no puedo dejar de verla. Duermo y me atormentan las pesadillas. Lo veo lleno. Gente sufriendo. Sanitarios trabajando por cinco. Hace un par de semanas estuve allí en AULA. En esos mismos pabellones, hoy, se lucha por sobrevivir. Sánchez, Madrid, por mucho que te recrees en sus datos con esa cara de cordero que, en realidad, reviste a un lobo, te pide que no bloquees el material, que dejes hacer, te pide auxilio. 

La España de ayer y la de hoy

Esta tarde, dos películas me han hecho reflexionar: “Los clarines del miedo” y “La becerrada”. Aparentemente, poco tiene que ver con lo que está pasando pero en el fondo muestra muchos de los males que nos corrompen hoy en día. La España de finales de los 50 y principios de los 60, empezaba a ver la luz de la dura posguerra. Los tecnócratas entraban en el gobierno y se ponía fin al modelo autárquico. Lo llamaron el milagro económico español. Las vacaciones, el 600 , un piso en la playa, la paga extraordinaria. Hoy, el piso en la playa ni lo sueñes, la paga extraordinaria, prorrateada, y los políticos te dicen que comprarte un coche es malo para el medio ambiente. Dentro de poco, por decir esto te podrán procesar. Los pueblos comenzaron a respirar. Había otra alegría. Las fiestas patronales eran el eje del año. 

En “Los clarines del miedo” vemos a un pueblo cualquiera de La Mancha, con sus calles de tierra, con sus señores de camisa blanca, cincha a la cintura, garrote y boina. En aquella España, más preocupada por salir adelante, las prioridades eran otras. Trabajar para comer, no para derrochar. Comer para subsistir no por gula. Vestir para salir, no para aparentar. La vida era mucho más sana porque había otras cosas por las que preocuparse mucho más importantes. Hoy, por ejemplo, a Irene Montero, de baja por positivo en coronavirus, nadie la echa de menos. Su ministerio de Igualdad hoy no pinta nada porque ante esta pandemia todos somos iguales. Y lo somos porque, en realidad, siempre lo hemos sido. ¿Por qué antes sí hacía falta y era prioritario? Primero, porque han luchado, han trabajado, se han esforzado, por separarnos, por diferenciarnos. La lucha feminista, ¿pero qué es eso? ¿alguien me lo puede explicar? ¿Aplicar lo peor del machismo para entrar en un supremacismo femenino? No entiendo nada.

Fotograma de Los clarines del miedo

Segundo, porque cuando tenemos todas las necesidades básicas cubiertas, tenemos que preocuparnos en otras cosas. El último móvil, el mejor coche, un viaje al sitio más lejano del mundo. ¿Para qué? Para contarlo. Una mascota. El animal, en el centro de nuestras frustraciones. En aquella España de “La Becerrada”, el animal ayudaba al hombre a trillar, a segar. El caballo, el borrico, el perro para pastorear. El cerdo da de comer a una familia. Hubo un tiempo en que la mejor habitación de la casa era para el cochino. Esto es real. Es la España de nuestros abuelos. Parece que fue hace una eternidad pero no, está ahí mismo. Y si el cochino se moría antes de la matanza, había luto familiar. Rabia. Qué nos vas a contar, mascotista de asfalto y correa.

Hoy, mientras todo ponemos nuestro granito de arena para sacar esta crisis adelante, hay quien se preocupa por las palomas de Madrid. Que se mueren de hambre, dicen los artistas. Pues ojalá sirva para acabar con esas malditas cotorras verdes y con las ratas del aire que son una epidemia de suciedad. Otros se preocupan por los gatos callejeros y el alcalde de Madrid les da la razón: “Los gatos también son Madrid, plantearemos una solución”. Ellos solitos caen en el juego. ¡Que se están muriendo tus vecinos, inepto!

No se pierdan ninguna de las dos películas. En “Los clarines del miedo” verán cómo se corría un encierro auténtico. Un encierro para llevar a los novillos de la dehesa, de la Cañada Real, a los corrales de la plaza. La plaza de carros entre la iglesia y el ayuntamiento. Un encierro con los señores vestidos con la ropa de los domingos. No hacía falta disfrazarse de runner. A las 9 se corría el encierro y, con las mismas, a las 12 se iba a misa. Sin calentamientos, sin deportivas, sin chandal. Natural. 

Y, ¿cómo era la tauromaquia en los pueblos? Un arte popular. Nada de corridas de toros ni novilladas sin caballos. Ni mucho menos seis toros, tres toreros, nueve banderilleros y seis picadores. Qué va. Erales de capea para los mozos y uno (o dos novillos en caso de pueblos potentados) para un novillero sin ambiente ninguno. Eso fue hasta bien entrados los años 70/80. Después, el cartel más rematado solía ser un festival donde acudían los toreros con ambiente de la época para que los vieran en los pueblos grandes y, el resto, becerras de uno o dos animales.

Fue a partir de los 90 cuando comenzó el boom de las corridas de toros en cualquier rincón de España. La alegría del ladrillo. El constructor empresario, el constructor apoderado y el constructor ganadero. Los cigarros puros en el callejón como teleobjetivos de francotirador. Dinero a espuertas. ¿Y qué pasó cuando se arruinó el constructor, los ayuntamientos dejaron de arrimar y la juventud prefirió echarse la siesta por la tarde para irse a la orquesta por la noche? Que se convirtió en un espectáculo insostenible. Pero ni ANOET, ni la Asociación de Toreros, ni UNPBE quiere mover un músculo por regular una circunstancia bastante evidente. Morirán con las botas puestas. Ojalá que el drama que se va a vivir esta temporada sirva para que bajen a la realidad.

Tengo ganas de que llegue el lunes.

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