Un coche aparca en la esquina del supermercado. Una mujer y un chico joven, que aparentemente parecía su hijo, se bajan corriendo con mascarilla, guantes y gafas de sol hacia la puerta del comercio. Cogen un carrito cada uno con el pulso prácticamente temblando. Entran y arrasan. No se quitan las gafas de sol en ningún momento. Papel higiénico, agua mineral, coca cola para tres reencarnaciones. No es el comienzo de una película de apocalipsis zombie, no. Estás confinado.
Viernes. 13:50h. Segundo día de teletrabajo. Las primeras filtraciones, forma habitual de comunicación de la estrategia de comunicación de Producciones Iván Redondo, hablaban de que se iba a decretar el Estado de Alarma con limitación de la libre circulación. La nevera estaba llena pero en un “porsiaca”, bajé al super de la esquina. El día se había levantado de bandera. Sol, calor primaveral e iluso de mi, bajé en camiseta manga corta.
Aún no había llegado la avalancha que hubo de venir más tarde en comercios de toda España, pero ver aquella histeria colectiva, arrasando las estanterías, los trabajadores sudando, sin tiempo para reponer, gente corriendo por los pasillos, que me contagié del nerviosismo colectivo. Aparqué mi carrito, salí del supermercado y me volví corriendo a por una sudadera, ¿por qué? No hacía frío. Aún no me lo explico. Llamé a mi señora: “Tírame una sudadera por la ventana que lo que estoy viviendo es para verlo”. Lógicamente, ella no entendía nada. Ni yo tampoco.
Volví y, en medio del caos, compré cosas que no me hacían falta. Asoman los huevos por la bolsa:
-¿Más huevos?
-Por si las gallinas dejan de poner.
-¿Más pizzas?
-Con la que está cayendo en Italia…
-¿Una tarta comtessa?
-Imagínate que esto llega hasta el verano.
El delirio. Y así llevamos dos días: huevos fritos, tortilla y de postre una “rondajita” de comtessa. El miedo es libre. Y el pánico, contagioso.
El sábado llegó el primer día de confinamiento obligado. Bueno, semiobligado. Primero se decretó el Estado de Alarma, que se hacía efectiva al día siguiente. Después, la reunión del Consejo de Ministros para tomar medidas, que se aplican al día siguiente. Al más puro estilo de los Monty Payton. Y así hasta llegar a casi los 10.000 contagiados el lunes. Terrible. Gobierno imprudente y homicida. Por ceder a la propaganda del 8M antes de prever lo que se avecinaba, señor Simón, usted, experto en epidemiología, tenga dignidad y dimita en cuanto todo esto acabe.
Volvamos a las cosas serias. Las primeras horas de encierro se toman con ilusión. Libros, películas pendientes. Películas, libros… luego otra película… y venga, otro rato al libro. Al carajo, ya. La primera película fue «Morena Clara», así de buena mañana. Lola Flores lo borda como la gitanilla Triniá y Fernando Fernán Gómez como un inmisericorde fiscal que cae en una maldición gitana. Divertidísima. Y con canciones cumbres como “Échale guindas al pavo” o “Te lo juro yo”, En realidad, es esta película es una versión de la que protagonizó Imperio Argentina, ilustre intérprete de “Mi Jaca”, en 1936.
Estas películas también generan en quien las ve cierto pudor. No por el mero hecho de verlas, sino de compartirlo con el mundo. No están en Netflix ni en HBO y eso para gente de mi quinta es difícil de asumir. Por eso, prefiero evitarlo. Uno ya escarmentó cuando comenzaron las primeras risas al contarlo alguna vez. “¿Has visto la Casa de Papel?”. ¿Y tú Los Bingueros?”. Ahí tienes el camino, Rey Moro.
Después llegó el momento del libro: “Tragabuches”, de María Emilia González, el número 7 de la mítica colección La Tauromaquia de Espasa-Calpe. Una novela de bandoleros en tiempos del absolutismo de Fernando VII. Bandoleros liberales. Y con un guiño a la Ronda de Pedro Romero, en la época de Curro Guillén. Un libro que no tiene más pretensión que echar un buen rato. Y lo consigue.
El confinamiento no está tan mal. Hora de comer. Vamos a echar un vistazo al congelador. Ojú, esta dorada va para el horno con sus patatitas. Primero colocamos en la bandeja las patatas, cebolla, pimiento verde y rojo. Punto de sal, chorrito de aceite. Mezclar. Un chorrito de vino blanco y un limón exprimido. Vamos para dentro. Horno calentito, que tenga alegría. Lo confieso. Lo que más me gusta de cocinar es ir probando cómo va el guiso. También es el termómetro para saber si está rico. Cuando las patatas están casi a punto, cortamos tres rodajas y hacemos una cama sobre las patatas y plantamos las doradas encima, con su punto de sal. A parte, hemos preparado un majado con aceite, ajo, perejil y un chorrito de limón. Todo bien majado. Si puede ser un ratito antes para que coja sabor, triunfarás. Lo untamos. Y vamos que nos vamos para dentro con arte, gracia y salero. 10 minutos. Solo queda santiguarse y al plato.
La tarde se había quedado para una película de Manolo Escobar. Una debilidad, lo reconozco. En “¿Dónde estará mi niño?”, Manolo está bien acompañado por Antonio Garisa, Rafaela Aparicio o Luis Barbero que siempre dan gloria verlos. Y por no hablar de las canciones que saca. Temazos como “Rumba de Enamorada”, “Eres para mí” o “Y no lo sabes”. Está la tarde de arte pero lo mejor estaba por llegar. Vamos a empezar a cogerle el gusto a esto de estar confinado.
“El Litri y su sombra” fue la tercera y última. Aquí encontré la joya. Qué película. Se la recomiendo fervientemente. La historia de la dinastía Litri que comienza Miguel Báez Quintero “El Litri”, torero con cierto predicamento en Huelva en la última década del siglo XIX. Su hijo Manolo Báez “El Litri” terminó con el cuadro. Su valor llegó a los ruedos más importantes y fue una de las figuras de mayor predicamento pero su carrera la paró un toro en Málaga con solo 20 años. Cuatro años después de la muerte de Manolo, nace Miguel Báez Espuny, protagonista del filme. Las escenas taurinas son geniales, sobre todo las del comienzo, con plazas de talanqueras, caballos de picar sin peto, y un niño que hace del propio Miguel con apenas seis o siete años que forma auténticos líos a los becerros. No os destripo más porque os va a encantar.
No estuvo nada mal el sábado confinado mientras ahí afuera, los sanitarios seguían jugándosela por nosotros, salvando vidas, doblando turnos, mientras seguíamos esperando la comparecencia del presidente del Gobierno que seguía peleándose con Pablo Iglesias, como bien se habían encargado de filtrar los secuaces que incumplieron el juramento que hicieron ante el Rey y la Constitución:
“Prometo por mi conciencia y honor cumplir fielmente mis obligaciones como ministro. Con lealtad al rey y guardar y hacer guardar la Constitución como norma fundamental del Estado y así como mantener el secreto de las deliberaciones del Consejo de Ministros”. Pues eso.
Imaginativo y bien documentado.