Diario de un confinado. El coronavirus y la igualdad

Domingo, 15 de marzo. 23:23h. El encierro, primero voluntario y después por decreto ley, llega al epílogo de su cuarto día. Sin toros, sin Liga. Sin bares. Todo, todos, para empujar a que esa maldita curva, que no para de crecer exponencialmente, se frene. Más contagios, más muertes. Puto coronavirus. Nos hacen comulgar con que solo es una gripe. Mentira. Ahí está la alta cifra de contagios y la mínima de bajas. Y los esfuerzos de sanitarios que se están empleando a fondo. Héroes.

También nos intentaban convencer con que solo afectaba gravemente a las personas mayores. ¿Y qué? Más motivo aún para poner todos los esfuerzos en combatirlo. Ellos, nuestros mayores, los que sujetaron a sus familias durante la crisis con una pensión que administraban mejor que el presupuesto de muchos directores Financieros, los que han transmitido valores para construir una sociedad de olvido y perdón que hoy quieren dilapidar los mismos que hoy están gestionando de forma delirante una crisis mundial. 

Crisis. Qué palabra. El hombre occidental caminaba hacia la inmortalidad. Nada lo hacía temer.  La muerte no existe. Ya no se vela en casa. Ya no se amortaja. Mucho maquillaje y un cristal que separa a la vida de la muerte. Media sonrisa moldeada por un tanatopractor. Niño, no toques al muerto. El abuelo se fue de viaje. Hemos construido un mundo paralelo al real donde no existe la gloria ni la muerte. Donde el sufrimiento se trata con ansiolíticos, donde la frustración del niño malcriado es la depresión del hombre ayuno de metas, de sueños, de vida.

¿Quién puso el límite entre el loco y el cuerdo? Lo que alejó a la tauromaquia de la sociedad actual no es el animal, sino es la muerte. La muerte existe. La muerte está. La vida tiene sentido gracias a la muerte. Vivir cada día es vencer a la muerte. ¿La eternidad está en el más allá? La eternidad es el ahora. Si vives el ahora, serás eterno. No hay más. Ni menos.

Somos más iguales ante el virus que ante la ley. Una pandemia que ha venido para decirnos que somos finitos.

La sociedad camina sin escrúpulos, con el tiempo justo para mirar un reloj con el que comprobar si llega a tiempo a la siguiente reunión. El reloj ya no da la hora. Te cuenta las horas que duermes, te vigila los pasos que das. Registras por dónde has ido. ¡Qué carajo! Duerme, camina, corre, sin tener que contabilizarlo. ¡Vive!

De repente, otra llamada. “Tú, fuera, ya no me sirves”. Una persona, un número. Resultados. Ya no se pregunta el precio del nuevo iPhone. Ni el riesgo del próximo viaje al otro lado del mundo. Lo quiero, lo tengo. ¿Mañana? Qué más da. El Covid-19 ha llegado como una bofetada de realidad. Begoña e Irene -primera Ministra y consorte de vicepresidente- son iguales que Juan y Juana. Somos más iguales ante el virus que ante la ley. Una pandemia que ha venido para recordarnos que somos finitos. Un virus que nos ha hecho mortales. Hércules vs. Hades. ¿Quizá sea una señal?

El coronavirus ha zarandeado al mundo y ha demostrado que algo incontrolable puede terminar con el mundo tal y como lo conocemos. Aún no podemos imaginar las consecuencias que tendrá tanto políticas, económicas como sociales, pero las tendrá. A pesar de que los nacidos en democracia han (hemos) pasado una de las peores crisis de la historia, el terrorismo, el auge de los populismos, no hemos vivido una circunstancia que pueda cambiar el devenir de muchas cosas. Al tiempo.

No quiero alargar este diario. Mañana os contaré la odisea del primer fin de semana de confinamiento que ha dado para hacer y pensar. Y os recomendaré películas y libros que están haciendo más llevadero el confinamiento. #YoMeQuedoEnCasa

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