Toreros en plenitud y toros, fórmula para recuperar Talavera

Talavera huele a historia. Cada paso por su plaza de toros es andar por el pasado. Sus paredes desconchadas relatan un pasado glorioso. De hazañas. Gloria y fracaso. Vida y muerte. De una comarca que acude al llamamiento de sus ídolos. Hubo un tiempo en que no había televisión. Hubo un tiempo que para ver a Diego Puerta, Paco Camino o El Cordobés, había que ir a la plaza. Y se agotaba el papel. Hoy, cualquier aficionado de Pepino, San Román de los Montes, Segurilla o Calera y Chozas ha visto una docena de veces durante la temporada a todas las figuras del momento. Menos a José Tomás. Por eso llena incluso el día antes y después de torear. Cuestión de inteligencia.

El trabajo para remontar una plaza que ha tocado fondo es duro y laborioso. A veces incluso imposible. ¿Figuras? ¿El toro? El día amanecía encapotado en Talavera. Mal augurio para la taquilla. Lluvia a medio día. Un chirimiri, que dirían en Bilbao. Un mea mea. “¿Llueve?” Me dice el camarero de una caseta del ferial. “Poco y fino”, le dije. “Suficiente para que trabajemos mal”. La corrida de Alcurrucén que aguardaba en chiqueros estaba gorda, con presencia. Un punto más de lo que se echa en una plaza de tercera. Dos o tres puntos más si hubiesen venido las figuras, que en los pueblos arrasan como Atila -con la cartera-. El cartel tenía sentido: el toledano Eugenio de Mora y oreja en Madrid; Morenito de Aranda, con una estrecha relación taurina con Talavera y personal con la comarca, y Rafael Cerro, de Navalmoral de la Mata, y que salió en hombros aquel año que se puso una portátil en Talavera.

Eugenio de Mora sorteó en primer lugar un toro noble, con clase aunque le faltó un punto de transmisión para llegar al tendido. Arremangado de pitones, serio por delante, hondo. Menos lleno que sus hermanos, pero con plaza. El toledano, buen muletero, lo toreó de mano baja y muy templado. Exactamente lo que necesitaba el toro. Lo remató con un buen espadas y le cortó la primera oreja de la tarde. El lucero cuarto tardó en salir. No quiso capotes y midió banderillas. Ese Núñez frío de salida. Con ese punto manso de querer irse, pero con la casta de quedarse para ir detrás de la muleta. De Mora lo sujetó con maestría. Y ahí en el tercio, le tapó la salida y lo metió en el canasto. Con transmisión y buen tranquito cuando iba tras la muleta. Ligazón. Que no pare. Con la oreja en la mano, la espada se la arrebató.

No me tomen por loco si digo que Morenito de Aranda se encuentra en uno de los mejores momentos de su carrera. Sí. El poso que ha adquirido y el compromiso, unido a su torería natural hace que dé gusto verle en el ruedo. Al segundo lo toreó a la verónica hasta la misma boca de riego. Cuajado, cerrando la cara, tuvo muchas teclas -como se dice ahora- que fue resolviendo Jesús en la muleta. En el inicio por abajo hubo carteles de toros. Faena torera, completa y rotunda. Los remates por abajo, distintos, tuvieron elegancia. Se fue tras la espada y recogió las dos orejas. Otra oreja tenía cortada al huidizo quinto. Un toro imposible. De abreviar. Salió suelto de los capotes, no quiso picador y en banderillas costó fijarlo en el capote de Zamorano. En la muleta o para delante o batalla. Y tocó guerra. Esfuerzo tremendo de ir tras el toro y cuando pasaba por ahí, torear. Tanto fue así que antes de ir a por la espada, tenía a la gente de pie.

La tarde de Rafael Cerro debe de tener consecuencia directa en su futuro próximo. Tarde de cuatro orejas que se esfumaron por la espada. El tercero, con la cara abierta, hacia delante, enseñando las palas fue un gran toro. El extremeño se entregó plenamente. El blanco y plata teñido de sangre hasta por detrás de la taleguilla. La emoción a flor de piel. El público entregado a la causa. Se tiró a matar, se quedó en la cara y la espada quedó un pelín suelta. El toro no cayó. Las orejas las sustituyó por una calurosa ovación. Otro buen toro fue el sexto. Con este, pudimos ver la versión más pausada de Cerro. Una tanda de frente, dando el pecho, fue tremenda. Después, con media muleta, de gusto exquisito. Hay torero. Otra vez se fueron las orejas pero la vuelta al ruedo -con la televisión delante- debe de tener premio real. Como el día D a la hora H embista un toro… ¡Cójanme la palabra!

Nos fuimos de la plaza con la sensación de que todo lo que había pasado ahí era de verdad. Que los toreros querían empujar de verdad. Que se fueron al hotel sin nada que reprocharse. Y eso, hoy en día, hace pensar que hay otro toreo posible. Talavera es recuperable.

El dato para la historia lo dejó Pedro Calvo. Después de décadas honrando el vestido de plata, puso punto y final a su carrera. Su hermano Luis Miguel, eterno Juncal, estuvo ahí para cortarle la coleta. Una tarde de nervios, ilusión, emoción, pena. Sensaciones encontradas. “Cógelo en corto y déjalo frito. Ese traje tiene buen bajío”, le decía Luis Miguel. «Tengo ganas de que salga el sexto”, le contestaba. Fue un par, el presidente cambió con cuatro palos, arriba, y salió de la cara con agilidad. 70 años del apellido Calvo en la élite. Su padre ya acompañó a Gregorio Sánchez, Antonio Bienvenida o Luis Miguel. Hoy terminaba un capítulo en la historia. Siguen otras guerras, pero el traje de luces, hoy azul y plata, se queda colgado para siempre. Suerte, torero.

Talavera de la Reina (Toledo). Más de un tercio de entrada en tarde cubierta que amenazó lluvia. Toros de Alcurrucén, bien presentados y de juego desigual. Destacaron el buen tercero y el sexto. Eugenio de Mora, oreja y ovación; Morenito de Aranda, dos orejas y ovación; y Rafael Cerro, ovación tras dos avisos y vuelta al ruedo tras aviso. Tras la lidia del sexto Luis Miguel Calvo cortó la coleta al banderillero Pedro Calvo que se despidió de los ruedos.

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