Que hablen los sombreros y digan cómo ha toreado Pablo Aguado en Ronda. Que cuenten que mientras volaban, Aguado no terminaba de pegar esa verónica eterna. Que no se puede torear más despacio. Que den envidia porque lo vieron, lo vivieron, a pie de albero. Testigos de excepción de una obra única. El arte no se mide. Se vive. Y vivir es lanzar el sombrero en un arrebato, es partirse la camisa cuando lo jondo llega al alma. El toreo de Aguado llega ahí donde no puede tocarse. ¿Por qué se pone la piel de gallina? No le demos más vueltas, afortunadamente, aún hay misterios sin resolver.
Misterio como el por qué pudo Aguado cuajar a sus toros con la verónica pero no rematarlo con la muleta. Eso fue lo que le hizo pedir el sobrero de regalo y vivir lo que se vivió. El destino. Y un momento: el brindis de sevillano a sevillano. De Aguado a Morante, citándose para muchas tardes más. Porque a Morante le viene bien Aguado. Y viceversa. El de La Puebla, que cuidó cada detalle, firmó una faena profunda, reunida, sentida. De quilates.
Al séptimo llegó la locura. Lo de Pablo Aguado en la Goyesca de Ronda no podía terminar así. Por eso se fue al presidente para pedir el sobrero de regalo. Y salió el sobrero de Domingo Hernández y el arrebato del sevillano. Verónica a verónica, llegó a los medios, con la pasión que da cuando uno tiene el amor propio tocado. Ronda se partió con Aguado, y Aguado con Ronda. Tuvo raza, fuerza, ansia por triunfar. Hoy debería haber estado en Palencia, pero el destino le tenía reservado a Mesonero-124. Cada cite era un mundo. Cada embestida, una vida. Esa sensación de que el toreo nace y muere en cada remate. Entrega máxima. Qué medido fue todo. Ni un muletazo de más. El toreo a dos manos fue de primor. Otra vez volaban los sombreros. Y la ‘Concha Flamenca’ de fondo. Puro arte. La estocada en lo alto, el toro rodado sin puntilla, las dos orejas, los gritos de ‘Torero, Torero’. Y la constatación mientras cruzaba por la Puerta de Pedro Romero de que Pablo Aguado volverá muchas tardes a la Goyesca de Ronda.
Pablo Aguado no quiso quedarse atrás y recibió al cuarto con una larga cambiada. Después, toreó primorosamente despacio a la verónica. Le faltó entrega al animal, la que le sobró al sevillano que quiso sacar hasta la última embestida. Siempre con suavidad en los vuelos, le forjó una faena siempre a más. Tanto fue así, que la -excepcional- banda fue a tocar cuando Aguado pretendía cerrar al toro en el tercio y la mandó silenciar. Dos naturales a pies, para ligarlo con varios ayudados tuvieron enjundia. Media fue suficiente y se fue a los medios con la oreja para agradecer el cariño que le mostró a Pablo Aguado la Goyesca de Ronda.
Otra vez el capote de Aguado tuvo sello propio: el de lo despacio. Al sexto lo recibió verónica a verónica cada una más despacio que la anterior hasta la misma boca de riego. El delirio fue tal que volaron los sombreros hasta el albero maestrante. Tremendo. Y cuando todo parecía predestinado al éxito, el toro dijo basta. El poder del capote. Aquello no podía terminar así y pidió el sobrero.
Qué despacio toreó Pablo Aguado de salida a la verónica al segundo. Sencillo. Con las plantas asentadas. Pero muy despacio. Una maravilla. Serio, cuajado, estrecho de sienes pero enseñando las puntas. Dos importantes pares de Iván García y uno de Pascual Mellinas pusieron rúbrica al segundo tercio. Y hasta ahí la función porque el toro se afligió y no dio ninguna opción al sevillano pero el público le reconoció lo bueno que sucedió en el primer tercio.
El delirio fue tal que volaron los sombreros hasta el albero maestrante. Tremendo. Y cuando todo parecía predestinado al éxito, el toro dijo basta. El poder del capote. Aquello no podía terminar así y pidió el sobrero.
Se abrochó Morante la media a la cadera después de recibirlo a la verónica. Chicuelinas enroscándose al toro, con aires de baile y oles más propios de jaleo de cante. Morante, todo en sí. El tercero, negro, bajo con cuello, cerrando la cara. Enésimo brindis a Abascal. La suavidad de Morante en los ayudados tuvo aires de caricia. El molinete azuzó al toro. Todo a compás. Ahí se echó la muleta a la mano derecha y comenzó el toreo lento. Sin velocidad. Metiendo los riñones y sacando el pecho. Todo reunido, todo sentido, todo despacio. Y los cambios de mano. Movimiento. Alegría. Tiró del de Juan Pedro por el lado izquierdo y se enroscó con él en un natural tremendo. Aún lo está pegando. Y aún se lo están cantando. De vuelta a la derecha, más largo aún, más cadencioso, más profundo. Un pinchazo antes de una estocada entera en buen sitio dejó el premio en una oreja.
Morante salió al ruedo de Ronda con un terno de inspiración ‘nacional’, amarilla la casaca y grana la calzona. Fajín azul y medias rosas. Con el castaño primero en el ruedo, estrecho de sienes y de buenas hechuras, el sevillano lo toreó con empaque a la verónica hasta los medios. Tras un puyazo trasero, quitó por delantales y media de manos altas, ayudando al toro. Por el izquierdo llegaron los mejores momentos y, cuando parecía que por el derecho no tenía ni uno, le enjaretó una tanda redonda antes de irse a por la espada. Faena medida. Casi media, previo pinchazo, fue suficiente.
Salió suelto de los capotes el quinto. Ronda siempre llama a los detalles en desuso y, por eso, Raúl Ramírez hizo la suerte de la garrocha con gran acierto. Morante brindó al público pero después de doblarse por abajo con el toro, se paró. Abrevió el de La Puebla del Río.
Plaza de toros de la Real Maestranza de Caballería de Ronda (Málaga). Segunda de la Feria de Pedro Romero. LXIII edición de la Tradicional Corrida Goyesca. Lleno de ‘No hay billetes’. Toros de Juan Pedro Domecq, desiguales de presentación y juego, y uno de Domingo Hernández, séptimo sobrero de regalo, noble. Incidencias: Destacaron Iván García, en los palos y la brega, y el salto a la garrocha de Raúl Ramírez Morante de la Puebla, silencio, oreja tras aviso y silencio. Pablo Aguado, ovación, oreja, silencio y dos orejas en el de regalo. |